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Mataría por poder escribir un texto que describa en detalle el silencio que hay. Y no me refiero a la descripción específica del lugar, el contexto, las sensaciones ni el porqué, sino al silencio que hay. Antes de empezar a redactar estuve muchísimos minutos pensando en cómo lanzar la primera oración. Mientras improvisaba fallidos intentos caí en la cuenta de que la mejor manera de describir el silencio que siento era no escribiendo nada. Pero claro que por lógica, para poder describirlo acá, inexorablemente lo tuve que escribir. Ojalá pudiese crear un texto sin palabras, en silencio. Porque usualmente en el silencio soy más claro.



19 de Mayo del 2011. Cerrito Colorado, Junín, Buenos Aires.

Chapo

                                                                “There is another room but you don´t know where it is”


Crónicamente hablador e improvisadamente armado. Chapo no cree en duendes, menos en Dios. Chapo no vive. Sólo trabaja. Dice que trabaja para vivir. Un día se quiso levantar a las cinco de la madrugada para hacer el turno matutino de su hotel pero se dio cuenta de que todavía no se había acostado del día anterior. Otro día casi falta a trabajar porque se casaba. Al final no faltó pero tampoco se casó. Chapo se desespera por el helado de menta y por los fuegos artificiales en Navidad. Chapo no conoce, desconoce. Cuando un circo se instala en la ciudad, los payasos caminan por las calles y cuando las magias y los trapecistas merodean los boliches, Chapo se angustia y llora. Según las creencias ancestrales de su mundo de papel glacé, cuando un hombre o su alma permanecen más de dos horas y veintidós minutos olvidando lo que han hecho las últimas dos horas y veintidós minutos de su vida, al otro día inevitablemente nieva. Por esa misma razón Chapo fue desterrado de Costa Blanca (“Es que espantás al turista” le dijeron). Y cuando los domingos por la tarde, en la televisión sin cable, pasan una película traducida de los ´80, Chapo compra facturas y sonríe hasta el martes.
Yo lo conocí a Chapo cuando me alojé de manera permanente en el hotel en el que él sigue trabajando. Siempre lo recuerdo porque nunca vi a alguien trabajar tantas horas seguidas. Tampoco conocí a una persona tan básicamente inexplicable. Chapo suele llamarme por teléfono pero yo lo ignoro. Muy de vez en cuando converso con él pero por intermedio de otros viajantes que pasan por su hotel. Sólo pregunto lo mínimo como para reafirmar que la próxima vez ya no voy a preguntar nunca más. Chapo es un personaje de aquellos pero está lejos de ser mi amigo. A veces se me aparece en sueños. También a veces me sorprende en el espejo.




17 de Abril del 2011. Junín, Buenos Aires.

3.30 am AR


Suponiendo estúpidamente que las novedades se movieran en papel tissue, cortando los mares dentro de una botella verde oscuro y fea. Suponiendo que mi no presencia sea atribuible al tragicómico espanto a un nuevo fracaso (hubo otros miles). Suponiendo que no lo hago adrede y presuponiendo que no debería suponer nada en absoluto (y vos tampoco). Así me manifiesto.
Ya como dardos quedaron las ánimas de probar y testear. Ahora me chequeo en el espejo. Me miro y entiendo que ya estoy viejo. Que ya no deliro con las nubes, que me revientan las rodillas en días de humedad, que no celo a mis amigos. Ahora que las separaciones no son agudas ni histéricas, sino elefantes que se clavan en la espalda. Ahora que soy muy lento y ando valorando. Ahora que es ahora, claro.
Tengo muchas ganas de escribirte una carta. Y cada vez que lo pienso me choca un tren en la nuca (no miento) Quedo ido. Implotado. Rendido. Quedo quedado.
En fin, anoche volví a soñarte. Me desperté y no me pude volver a dormir. Durante el día no pude despertarme. Y así soy yo hoy, un cacho de cosa. Un hombre que muy lejos de levitar, desconoce de dónde agarrarse y confunde lo real con vos.




3.30 am del 6 de agosto del 2011. Capital Federal. Argentina

Yuxtaposiciones asimétricas


Cruzó la línea, se puso a pensar. Cruzó la línea o se puso a pensar. Cruzó la línea y se puso a pensar. Se puso a pensar que era inoportuno, que ya era muy tarde para pensar. Que ya la línea era comisura, ganas de una cosa que no fue. Humo que se va. Entonces quiso reír. Y no porque tenía unas ganas emergentes y urgentes de reír (no, no). Sino sólo porque así lo quiso. Porque la risa es catalizadora a un cacho de dicha o en el mejor de los casos disimula. Disimula el miedo, el nerviosismo. Y también camufla la malevolencia (aunque este no era el caso).
Pero por qué Leticia cruzó la línea. ¿Quién era Leticia? ¿Qué vendría a ser una línea? ¿Cómo te graficás que la cruzaste? Well, step by step.
En el mundo de los límites, comportamientos y excesos, las líneas nunca existieron como tales. No tienen espacio, son amorfas. No son blancas como pensás, ni siquiera rectas. Las líneas son yuxtaposiciones asimétricas de formas circulares, cuadradas, triangulares y en su mayoría deformables. Fueron intencionalmente inventadas, de calibre no cuantificable y de aspecto incualificable. Es por esta razón que resulta sumamente obvio y práctico darse cuenta cuando uno las cruza. Así que con tranquilidad marchemos con ligereza.
En cuanto a Leticia sólo puedo informar que ella era mujer por propia decisión (porque también podría haber sido un hombre).
Y por último ¿Por qué Leticia cruzó la línea? La cruzó por que ella no puede asimilar las sillas ni los sillones. Porque las cosas te vienen y ella quiere saber si hay más y qué más hay. Porque se siente un organismo planctónico en el mar. Porque Leticia no coincide con los que dicen “la vida es así”. Ella exclama que la vida es así nomás y porque la vida es así nomás se inventaron las líneas. Para poder cruzarlas y volver (o bien quedarse del otro lado)




9 de Mayo del 2011. Junín, Argentina.

Cosas y casos

Cosas que conozco. Casos que desconozco. Hay cosas y casos. Casos y casas. Casas y losas. Suelos que se desploman. Plumas que clonan. Tu rareza experimental. Mi torpeza y tu delantal. Me delata la bondad. Me adelanto a tu proyecto de cementar. Pues claro que te acuerdo, y sobre todo cuando el campo atravieso (y tanto campo y mi maxilar tan tieso)
Hoy en el noticiero informaron que habría una lluvia de meteoritos y yo protesto. Más que piedras necesito agua. Y más que coincidencias ando buscando un mantra. Y no hablo de cómo sigue tu vida sin mí. Hablo de cómo sería despertarme un domingo y que no estés. Porque hablo de cosas que conozco y no de casos que desconozco (y ni hablar del caos que esto conlleva)



7 de mayo del 2011, Junín

Mini ensayo relativo

Últimamente me he puesto a pensar en  por qué los edificios son tan arrogantes (claro que estamos todos de acuerdo en que así lo son) y caí en la cuenta de que la perspectiva magnifica el efecto de contrastes entre los extremos y la única manera de combatir tales diferencias es apelando al llamado salvador del concepto más rescatista para tal encrucijada: Señores, les presento a la relatividad. De este modo ante cualquier evento o circunstancia que nos haga sentir minúsculos podemos acudir a ella desde cualquier lugar del mundo y justificarnos o escudarnos pronunciando la ya célebre frase “yyyy….es relativo”. En casos de emergencia extrema,  a dicha frase se le acopla un anexo complementario y muta a un “todo es relativo y nada absoluto” y cabe aclarar que si nada es absoluto tal frase tampoco lo podría ser (y justo ahí tenemos un claro ejemplo de las contradicciones adoptadas como adicciones literarias, acompañadas de comportamientos habituales en nuestra sociedad).
Entonces es cierto, el edificio es inmenso pero también es relativo a los ojos de cada quien (supongo que algunas montañas no deben pensar lo mismo). Ahora bien, si la relatividad se insertase como lanza y para siempre en nuestra cotidianidad, me pregunto qué sucedería. ¿Qué pasaría con las discusiones? ¿Acaso dejarían de existir? (y qué haríamos  con tanto tiempo libre)



6 de Mayo del 2011. Vedia, Argentina.

Un camionero

Levanté la cabeza, enfoqué y las vi. Primero distantes, siamesas y luego cercanas, divorciadas. Dos luces redondas, blancas, cegadoras. Bajé la vista y volví a ver las mismas dos luminiscencias aunque ahora deformadas, casi amorfas, reflejadas sobre el asfalto húmedo. Fue entonces que se me ocurrió hacer rápidamente una prueba muy sencilla. Detuve mi vista en el punto medio entre el  guardabarros y la ruta y con muy poco esfuerzo ya eran cuatro los destellos visibles en el camino. Después cerré los ojos (mis ojos) y todas las luces habían desaparecido (para siempre o por lo menos para ese siempre que significaba  ese momento perecedero  o perpetuo)
Circunstancialmente  me gano la vida trabajando como camionero (a veces ni la empato). No sé si es lo que preferiría ser pero es lo que me toca (y hasta me manosea). En fin, el quid de la cuestión es que debido a mi modus operandi  como mortal, me encuentro continuamente viajando de una ciudad a otra. Miro las rutas de frente y espalda. Llevo y traigo, voy y vengo. Y cada vez que voy es un me voy. Me voy de mi ciudad, de mi barrio, de mi casa, de mis afectos.  Me lanzo al derrotero de líneas punteadas y campos y peajes y paisajes y estaciones de servicio. Se da siempre que cuando la ruta me encuentra en pleno romance con el parabrisas, a eso de la una de la madrugada me detengo obligadamente a pensar en lo mismo. Una y otra vez el mismo pensamiento: ¿Alguien sabe realmente dónde estoy? Y no me refiero al hecho de que sepan que estoy en viaje hacia tal lado o más o menos en el kilómetro tanto. Sino en el sentido estricto de si se imaginan siquiera que estoy haciendo, pensando, viendo, dubitando, creyendo y dónde (en que metro exacto) estoy. La respuesta es siempre la misma. NO. Nadie lo puede saber. Entonces me adentro para mí adentro y deduzco que si nadie sabe dónde estoy y qué soy en ese preciso instante es porque ya me perdieron el rastro, nadie sabe de mí. Y si ya nadie sabe de mí es porque en un sentido no estricto he dejado de ser para ellos. He dejado de existir. He desaparecido. Paso a ser una mera imagen en la memoria de quienes me conocen. Me transformo en un ente conformado por las impresiones y adecuaciones  de cada uno y por sobre todas las cosas por el recuerdo (vago o no) de la última vez que me vieron. Me vuelvo sólo eso. Una luz que aparece y desaparece
Y lo mismo los demás para mí. También dejan de existir. Me pasó en una oportunidad en uno de los tantos viajes de larga distancia que me llamaron por teléfono para avisarme que Dorita se había ido. Nunca tan puntuales  y quirúrgicas palabras. Lo primero que me pregunté fue si realmente se había muerto porque para mí ella ya había dejado de existir en el mismo momento que mi camión partió de casa. El momento crucial (y aquí la realidad) sería a mi regreso cuando  yo comprobara que ella ya no estaría exactamente igual, en el mismo estado y lugar donde yo la había visto por última vez. Ya no sabría dónde encontrarla (y ahí es donde la ficha empieza a descender, a caer) Y como este ejemplo, una parva.
A diferencia de otros pensamientos o revelaciones o divagues que me acompañan al volante, en esta ocasión lo estoy escribiendo. Y no lo escribo porque sí. Lo escribo por una absoluta y única razón. Así que a vos que ahora mismo me estás siguiendo, te tengo que decir gracias. Y digo gracias porque escribo por una absoluta y única razón. Escribo por el miedo que me genera dejar de existir.



1 de Mayo del 2011, Junín, Argentina.